Resistencia y afirmación del pasado indígena: las máscaras de cedazo nicaragüenses
En una de las imágenes más emblemáticas de la fotógrafa estadounidense Susan Meiselas aparecen tres jóvenes agachados recogiendo del suelo explosivos artesanales [Fig.1]. Los jóvenes miran directamente a la cámara, pero sus caras aparecen cubiertas por unas máscaras de que describen los rasgos de una persona anónima. Aunque sus rostros están cubiertos, las poses de sus cuerpos son desafiantes y el contacto visual que establecen con el espectador invita a la insurrección y a la violencia. Al mirar esta fotografía, el espectador ocupa el lugar de alguien que observa la escena desde adentro, volviéndose cómplice del acto rebelde al que incitan estos hombres revolucionarios. La fotografía fue tomada en 1978 cerca de Monimbó, un barrio indígena de la ciudad de Masaya, durante la revolución en contra del dictador Anastasio Somoza y apareció en la portada de la New York Times Magazine el 30 de julio de ese mismo año, lanzando la carrera de la joven fotógrafa.

Las máscaras utilizadas por los hombres que aparecen en esta fotografía son usadas normalmente en los bailes folclóricos en Nicaragua como el Güegüence y fueron creadas originalmente para ser usadas en las celebraciones tradicionales de Masaya como en las fiestas populares de San Jerónimo. Hechas en cedazo, una tela metálica fina, y pintadas a mano, las máscaras resaltan las facciones de una identidad anónima con ojos almendrados, un delicado bigote, una boca pequeña y unas cejas largas y delgadas. Los rasgos característicos de la máscara se aprecian mejor en otra fotografía de Meiselas titulada Traditional Indian Dance Mask tomada ese mismo año [Fig.2]. En esta imagen aparece un joven en primer plano enfrentado la cámara directamente y apoyando su mano izquierda sobre un alambre de puas. Nuevamente su mirada, aunque encubierta, es desafiante. 

En 1978, cuando Meiselas tomó estas fotografías, la revolución Sandinista estaba en uno de sus momentos más álgidos y a punto de derrocar la dictadura de Somoza que cumplía 41 años de abuso y represión. En febrero de 1978, cuando la comunidad indígena de Monimbó se opuso a la fuerza al régimen dictatorial, las personas que enfrentaban a la policía recurrieron a estas máscaras para ocultar su identidad. Así, estas máscaras originalmente asociadas a una historia de identidad nacional a través del folclor, se convirtieron en símbolos de resistencia; en símbolos de revolución.

En diferentes contextos, la máscara ha representado resistencia contra un sistema y la lucha contra el poder. Los valores de resistencia se transfieren al objeto que ahora cubre la cara de la persona que la lleva puesta convirtiéndose ésta en una personificación de las cualidades abstractas que representa la máscara. Un elemento esencial es la unificación: el ideal de la construcción de una comunidad basada en la igualdad. En contextos como el de Nicaragua de los años 70, la máscara no solo cumplía la función práctica de protección y ocultamiento de la identidad de los revolucionarios. La máscara también tenía una función icónica como una expresión de solidaridad colectiva a través del anonimato.[1] En algunas ocasiones se ha criticado el uso de la máscara como una acción que, en vez de promover una experiencia colectiva y diversa, promueve una aparente igualdad que homogeniza la diversidad de voces. Sin embargo, las máscaras de cedazo nicaragüenses reclaman y afirman el sentimiento colectivo de un pueblo sumido por la represión desde tiempos de la colonia.

Estas máscaras están llenas de capas simbólicas que las diferencia de otras usadas también en contextos revolucionarios. Aunque las máscaras nicaragüenses cubren la cara y proporcionan una sensación de anonimato, son transparentes: están hechas con una red de metal translúcida que permite que la persona detrás de la máscara esté visible a pesar del anonimato. Además, al ser pintadas a mano, no pueden ser todas iguales, señalando así la diferencia dentro de la colectividad. Y el sentido al que remiten, su uso original en las fiestas indígenas folclóricas, las envuelve con una capa de resistencia más profunda que nos devuelve a los tiempos de la colonia a través de la historia de Güegüence, una obra anónima escrita originalmente en español y náhuatl en la que se funden mitos y rasgos de la herencia indígena e hispánica. De esta forma, las máscaras de cedazo que aparecen en las fotografías de Meiselas, no sólo un símbolo de la resistencia contra la opresión dictatorial, sino también una forma de reclamar el pasado y la tradición indígena.
Figuras


Fig. 1
Carátula de la portada de la New York Times Magazine, fotografía de Susan Meiselas, 30 de julio de 1978



Fig. 2
Susan Meiselas, Traditional Indian dance mask from the town of Monimbo, adopted by the rebels during the fight against Somoza to conceal identity, 1978. Magnum Photos.



[1] Juris, Jeffrey S. “Violence Performed and Imagined: Militant Action, the Black Bloc and the Mass Media in Genoa.” Critique of Anthropology 25, no. 4 (2005): 421. https://doi.org/10.1177/0308275X05058657.





Juanita Solano Profesora asistente, Departamento de historia del arte, Universidad de Los Andes, Bogotá